jueves, mayo 22, 2008

UNA NOCHE DE VOLEY...

El estadio de Ferro lleno, nada de lugar, espectadores parados, banderas argentinas con alguna publicidad, mujeres (y muchas), chicos, hombres y ex jugadores. Los que entendían, los que no. Brasileños, pocos, pero llenos de color y de voz penetrante. Un locutor que perforó tímpanos durante todo el encuentro y las cámaras de televisión que rodeaban la cancha. Ah, y malabaristas un tanto erráticos.

Desde las tribunas se murmuraba las ganas de una victoria argentina, aunque sabían que estaba Brasil del otro lado. Un equipo que entró silbado, aunque nada parecía sucumbir el objetivo, la elongación, la entrada en calor. Casi nada, salvo tres factores: la cancha húmeda, por su ropa transpirada, el poco espacio perimetral de la cancha y un cartel cercano al sector de saque, provocó el malestar de los visitantes.

Por el otro lado, Argentina fue recibido con lo mejor: gritos, aplausos, más gritos un tanto histéricos ahora, canciones, de nuevo las banderas, el plus del saludo de los jugadores, y la llegada de más público al estadio. La entrada en calor empezaba.

Momento de saques de ambos lados. Pelotas que iban y venías. Golpes a los distraídos del público y más saques. Colaboradores brasileros pegados a la red para contener pelotas, Jon Uriarte, sí el entrenador argentino, el máximo responsable del plantel, haciendo lo mismo de su lado, como una suerte de igualar las condiciones.

Más gritos a la hora de la presentación de cada jugador del equipo argentino. Algunos integrantes eran más reconocidos por su labor como tales, otros por las mujeres presentes, que no podían evitar nombrarlos de la misma forma que a un cantante latino.

La hora se acercaba. El partido se iniciaba. Los brasileros protestaban por el piso, el público, los bancos de suplentes, los árbitros, periodistas, camarógrafos, autoridades, hasta casi de sus propios compañeros. Los argentinos, en cambio, más calmos disimulaban las ganas de ganar convirtiéndolas en puntos, saques efectivos, bloqueos.

Los ojos de Jon Uriarte, a lo lejos, parecían rojos, los gritos a los más grandes, el apoyo a los más chicos. El mismo calor salió desde la tribuna Waldo Cantor, Fabián Armoa, Pablo Meana y el imparable Wallace, dijeron presente.

Llegaba el quinto set, el estadio entero de pie. Cada vez más gritos, más aplausos. El público de Brasil disminuido, aunque siempre bailando, ante cualquier ritmo. Argentina pegaba fuerte y a Brasil le dolía. Gabriel Arroyo y Rodrigo Quiroga miraban el encuentro con calma, con ganas de estar allí, en ese momento. En cambio, Guille García, sentado junto al concentrado Meana, alentaba como si fuera uno más del público: gritos, aplausos y saltos, salían del jugador de Bolívar.

Argentina ganaba el partido. Era una fiesta. Los jugadores se abrazaban, el cuerpo técnico también. El objetivo estaba cumplido. Ahora faltaba lo mejor o lo peor…
Flashes, micrófonos, gritos, gente que corría, que quería una foto con cualquiera a pesar de no saber el nombre. Los más jóvenes atónitos ante esa situación, los más grandes reservados. Ya pasaron esa época, también fueron así de requeridos. Cuantos gritos!
Argentina ganó, logró su objetivo. Esta selección avanza, aunque a veces no parezca. Allí mismo, en ella está el futuro del Voley nacional que tarde o temprano les dará a todos una grata sorpresa. El sueño olímpico recién comienza.

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