miércoles, abril 07, 2010

Cabrera vestido de Verde: RECONOCIMIENTO AL CAMPEÓN

No será una semana igual a las otras. Después de lo sucedido el pasado año, este gigante dejó estampado su apellido en la historia grande de nuestro deporte. Sin el reconocimiento que se hubiera merecido por todos los argentinos, este amigo de sus amigos y tipo de enorme corazón, se prepara para llevar el saco verde. Ese famoso saco que sólo 26 campeones se pudieron poner.

Lejos de Villa Allende, más precisamente en el Augusta Nacional Club (Estados Unidos), Ángel Cabrera ratificaba estar entre los mejores del golf mundial. Cerca estuvieron sus amigos, que nunca dejaron de alentarlo, que se hicieron notar y que lo acompañaron desde sus inicios. El pedido de De Vicenzo se había cumplido.


Todavía, definición contra los norteamericanos Chad Campbell y Kenny Perry, que no puede dejar de estar en la videoteca de cualquier amante del deporte, está fresca en la memoria. ¿Se acuerdan de ese tiro en el medio de los árboles? Parecía que el cordobés relegaba sus aspiraciones en el desempate. Pero un tiro a pura intuición, sumado a la fortuna necesaria, lo trajeron de nuevo al juego con un par en el primer hoyo de desempate. Con Campbell fuera, él título iba a ser para el Pato o Perry. La historia de este disparo, contada por el propio Cabrera a su hijo menor Angelito, su caddie en el torneo, sirve como reflejo de lo que fue el Master en Augusta del 2009: será recordado como una de las definiciones más apasionantes en los 74 años de vida del campeonato.

Hoy, Argentina tiene a su representante allí. Ese hombre, que con su chomba amarilla y el puño apretado festejó, incrédulo, su victoria, tuvo todos los honores que tiene un campeón del Masters. La guía oficial de jugadores lo exhibe en la tapa con su imagen ganadora. Pero lo más original, sin dudas, es que como triunfador de la última edición, tuvo la potestad de elegir el menú en la Cena de los Campeones. Su amigo Héctor Rolotti (cocinero en el restaurante Novecento de Miami Beach), fue el encargado de alimentar a todos los victoriosos en Augusta y al presidente del club. Y para ello se seleccionó un menú acorde a la madre patria: empanadas de carne y pollo, ceviche, ojo de bife, papas, ensaladas, vino mendocino y panqueques de dulce de leche. Si Cabrera ya los había cautivado a todos el año pasado, imagínense después de semejante demostración argentina, ¿no?

Rodeado de su séquito predilecto de amigos y familiares, el cordobés va en busca de la gloria. De más gloria. Como se ha cansado de mencionarlo en las pocas notas a la prensa, no juega por el dinero. Ya no. Esos años en los comienzos, cuando era caddie para sumar unos pesos para la familia, quedaron muy atrás. Pero sólo en lo económico. Porque el amor por el césped, el palo y esa pelotita que le ha jugado en suerte en la definición del 2009, está latente.


Pero más allá de sentirse a gusto para jugar el torneo, y defenderlo, el Pato está contento porque hay un regreso que opaca su condición de máxima estrella, el de Tiger Woods. La mirada del mundo se hipnotizará con lo que haga y deje de hacer el N° 1 en su vuelta a las canchas después del boom mediático que causó la confirmación de sus problemas maritales. Sólo en los entrenamientos, el golfista más joven en ganar en Augusta (fue en 1997 con 21 años y 104 días), captó unas 40.000 personas detrás de sus drives. Entonces, ¿el Pato se pondrá celoso? Los que piensan eso, no lo conocen. Sin un ejército de cámaras siguiéndolo, como a él le gusta, Cabrera salta de felicidad.

Feliz está este argentino. En estos días donde un genio del deporte como Messi, todavía es cuestionado porque no rindió igual en la selección que en su Barcelona, pocos tienen idea lo que significa este campeonato para la Argentina. Tal vez, si otro fuera el personaje y la disciplina, las tapas de los diarios estarían presentando a Cabrera con su saco verde. Ese sería el reconocimiento que un campeón como él, debería tener. Al fin y al cabo, lo tiene, pero en otras latitudes. Sí, igual que un tal Lionel…

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