jueves, mayo 31, 2007

La Feliz con la Boca abierta...





El equipo de la Ribera dio la sorpresa en la final de la Liga Nacional de Básquet y se quedó con el torneo tras vencer al máximo candidato, Peñarol de Mar del Plata, en el sexto partido de la serie disputado en la “Bombonerita”.

Todo llevaba a pensar en la posibilidad de volver a conseguir esa corona que no se obtenía desde la temporada 93/94. Líder de la etapa regular de punta a punta, campeón del Super 8, finalista de la Copa Argentina de Clubes y demostrando amplia superioridad sobre todos los rivales que se le interpusieron en la etapa de Playoffs. Peñarol llegó a la última instancia con un amplio repertorio de fundamentos para llevarse la segunda Liga de su historia pero tropezó con un gigante que estuvo dormido un largo tiempo y que se despertó en las últimas semanas.

Boca se había armado con figuras de la talla de Leonardo Gutiérrez, Raymundo Legaria (campeones hace dos temporadas con Ben Hur) y el cubano, ex NBA, Lázaro Borrel (tomado a préstamo de Obras Sanitarias). Sin embargo, su nivel fue más que inestable durante la temporada y su llegada al título estuvo llena de peripecias.

Los Xeneixes cerraron la serie por 4 a 2 en el partido que definieron, el martes, como local, por 88 a 81. Pero el encuentro clave fue el quinto, disputado en el Polideportivo de Mar del Plata. Fue como el famoso séptimo game del tenis en donde un quiebre de servicio prácticamente define el set; y Boca fue el que quebró. Porque en otro de los tantos partidos cerrados que tuvo la serie, consiguió una victoria por 66 a 58 y se puso match point para definir de local, o sea, con el game de saque.

Boca olvidó esa etapa regular que fue totalmente irregular para si mismo. Olvidó que un aspirante al título no puede perder 18 de los 44 partidos. Que no es lógico que despida al entrenador de turno (Eduardo Cadillac) para sostener a su ayudante de campo (Gabriel Piccato). Y con el comienzo de la Postemporada empezó a recordar y convertir esa tragedia en una increíble epopeya.

Para reforzar al equipo llegó el Torito Palladito pero una lesión en la rodilla durante la serie de cuartos de final lo marginó. Encima Gutiérrez sufría un desgarro en uno de sus muslos y se perdía los dos primeros juegos como local contra Ben Hur. En carácter de urgencia se solicitó el aporte de Patricio Rodríguez, proveniente de Obras, para ayudar en el puesto de escolta y el cuerpo médico xeneixe hizo algo de magia para recuperar al interno cordobés. Gutiérrez volvió para ser figura, empatar la serie en Rafaela y definir como local.

Pero por si eso no era poco tuvo una tarea similar con Libertad en la serie siguiente. El flamante campeón de la Liga Sudamericana era el otro gran candidato y la ventaja de 2 a 0 conseguida en Sunchales generó nuevos nubarrones en Boca. El heroísmo resurgió y otra vez se dio vuelta la serie.

El conjunto de Piccato llegó a la final con el plus de haber sobrevivido en dos oportunidades. Peñarol tuvo una gran Liga, el mejor juego en conjunto y hasta la ambición suficiente como para ser campeón. Pero Boca, sin ser más equipo, llegó a su pico de rendimiento en el momento justo, en cada una de sus individualidades. Esa fue la única diferencia entre el campeón y el mejor equipo de la temporada.

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